Retrato de Heterónimo

Algunas opiniones sobre el libro de Domingo F. Faílde, que se presentará en el próximo otoño

"... un paseo brutal por los infiernos de la literatura, trasunto de una vida alienante y alienada, en la que nada es lo que parece"



En fecha todavía no fijada, posiblemente en la primera quincena del próximo mes de octubre, tendrá lugar la presentación de Retrato de heterónimo, libro publicado por Ánfora Nova, que valiera a su autor, Domingo F. Faílde, el Premio Nacional de Poesía “Mariano Roldán”. El acto, como se anunciará en su momento, se celebrará en una conocida bodega de la ciudad de Jerez.
El libro, que aún no ha sido distribuido, a causa del parón que imponen cada año las vacaciones estivales, ha suscitado algunos comentarios, que publicamos a continuación, cuyo interés estriba en la información que proporcionan a los posibles lectores sobre las claves estéticas, el contenido y la propia posición del autor de la obra.
Éste, en declaraciones efectuadas a diferentes medios, manifestó que Retrato de heterónimo era un paseo brutal por los infiernos de la literatura, trasunto de una vida alienante y alienada, en la que nada es lo que parece, mientras el individuo, despersonalizado, asiste al espectáculo de su propio fracaso. Tan sólo la ironía, como exponente de la conciencia, enciende un leve punto de luz, en el cual es posible la experiencia poética.
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"... no hay más camino ni más belleza que la descubierta, que la degustada"



Y ahora vamos a lo que interesa. Tu libro. Que me he leído con gran interés y satisfacción y del que, por supuesto, quiero comentarte mi impresión. Que no es otra, conociendo tu literatura, que muy grata. Sin embargo he notado un pesimismo más cortante y negativo, más sombrío quizás. Una sombra de tristeza que te va acompañando a lo largo de sus tres partes y que se hace especialmente evidente en la tercera, La senda oscura. Siendo, he de reconocerlo, esta última parte la que más me ha gustado, la que más ha conseguido hacerme su cómplice. Y, desde luego su último poema, el que, sin desmerecer naturalmente al resto, es el mejor de este conflictivo libro: Retrato de heterónimo que, por cierto, no he podido resistirme a leer a diversos amigos y amigas por teléfono y a enviarlo por internet a otros. Porque, muy por encima de esa perfección en la forma, de ese desesperado grito de auxilio inútil perfectamente trenzado, goza de un equilibrio extraordinario, de una intensidad tal que la misma desolada amargura que destila comunica, muy posiblemente por la fuerza de unos versos tan certeros, cierto sosiego, una dosis suficiente de paz como para no caer en la desesperación. Si acaso, dejarse mecer plácidamente por el dolor sutil, por la melancolía de haber descubierto la certeza de que todo está ya consumado. De que no hay más camino ni más belleza que la descubierta, que la degustada. Que el pesimismo es inteligente y que esa claridad, aunque demoledora, no es sino la realidad más real, aunque sean muy pocos los que estén preparados para verla, entenderla y trasmitirla. Por todo ello, ese gran poema nos deja la sensación de que debería haber sido más agotador, más revisionista, más completo. Pero bien está.
Del resto, decirte que funciona con la precisión de un reloj, como si el arquitecto hubiera ido preparando los escalones que nos llevaran indefectiblemente a ese final. En algunos casos quizás, una vez leído el libro y vuelto a leer, el lector hipercrítico puede observar algunas partes que clamaban otras fórmulas, algunos términos que pudieran haberse sustituido por otros más precisos o apropiados, pero eso, ya sabes querido amigo, es cuestión de quien lee y del listón que ponga. Y yo, cuando te leo a ti, porque conozco tu obra y tu profundidad, pongo el listón bien alto.
En fin, podríamos hablar poema por poema con ellos delante durante horas. Ya sabes como disfruto leyéndote. Y como aprecio tu evolución, que decantándose mucho, no obstante nunca pierde tu estilo ni la belleza. Pero quizás podamos hacerlo algún día.

© Francisco. López Villarejo
Doctor en Historia. Consultor Cinematográfico

"Muy bien por el proceso introspectivo, por el diálogo abierto con el presente y lo porvenir, aunque lo porvenir sea la muerte"



Bien por ese poema introductorio (Biopsia): contundente y preciso. La primera parte en general, me parece igual de bella: personificando a la poesía, jugando con las poéticas, con las intertextualidades, etc.
Muy bien por tu coherencia: tú has de decidir siempre las cláusulas que quieres que contenga tu "pacto" con la poesía, no los mercachifles.
Muy bien por el proceso introspectivo, por el diálogo abierto con el presente y lo porvenir, aunque lo porvenir sea la muerte (hablemos claro).
Y muy bien por tu fuerza y tu honestidad, aunque ésta refleje alguna depresión en la orografía vital.

© Alfredo Márquez Barriga
Profesor de Literatura

“este protagonista que desnuda su yo-poético ante el espejo y que mira cara a cara a la propia muerte [...] es una creación fascinante"



Retrato... es otro gran libro tuyo. Quizá lo que más me ha subyugado de él está en sus contradicciones. Que lejos de abrir vías de agua en el casco de la nave hinchan las velas del poemario para que surque espacios insólitos.
Ese heterónimo triste, fracasado, resulta ser un personaje insincero porque, bajo su desdichada superficie, late con frecuencia el poderoso impulso vital del personaje a quien suplanta. Todos somos carne, hueso y contradicciones. Los personajes sin fisuras carecen de credibilidad literaria, la coherencia de sus actos los hunde en una vulgar miseria. Por eso este protagonista que desnuda su yo-poético ante el espejo, que explora límites cenagosos y que mira cara a cara a la propia muerte, me ha interesado tanto. Es una creación fascinante en el huracán de su doble personalidad: un fracaso, también, como heterónimo. Qué triunfo en su imaginaria derrota.
La otra contradicción afecta sólo a la forma. Tu lenguaje clásico, pulcro, impecable se deja contaminar con frecuencia por los plebeyos tonos de la modernidad, del broker, la yamaha y el ADN al piercing, la videoconsola o el Guggenheim. Y, en ese arriesgado salto mortal, el gran poeta sale nuevamente victorioso: lejos de rebajar el producto, lo enriquece porque sabe hallar las dosis precisas para su administración, y prescribirlas en los momentos indicados.

© José Villalba
Escritor y cineasta

"... hay en su rebeldía imprescindible una gran dosis de imperturbabilidad, aquella ataraxía de los viejos filósofos estoicos, que nada esperaban"



Te has sumergido en mi libro con tanta inteligencia como denuedo y el resultado, para mí sumamente enriquecedor, ha sido una perfecta intelección del mismo, que ha generado –entre otras muchas cosas- más poesía, nueva literatura, nuevos árboles en el jardín de este Retrato de heterónimo, en el cual hube depositado bastante fe.
Tus juicios, aun pecando de generosidad, dan en el centro de la diana, constatando este pesimismo, sin duda más sombrío que de costumbre, deudor, por una parte, del inevitable inventario que, a cierta edad, es de rigor se haga, cuanto, por otra, de la lucidez: una mirada al mundo que se nos viene encima y otra al futuro propio, cada vez más escaso y más próximo al desenlace definitivo.
El saldo del balance, obvio es: el fracaso. Las perspectivas, nulas. Todo está consumado, en efecto, y todo está perdido. Et quod vides perisse perditum ducas, como dijo Catulo: da por perdido aquello que has visto perderse. He aquí la verdadera e inconfesable poética del libro: la desvergüenza, el desparpajo, el cinismo de un hombre que, a estas alturas, nada tiene que perder ni ganar.
Será tal vez por ello que, como bien apuntas, la amargura de la voz lírica transmite sosiego. No lo sabía, pero no me extraña, porque si no hay en estos versos resignación –sentimiento que odio y desprecio-, hay en su rebeldía imprescindible una gran dosis de imperturbabilidad, aquella ataraxía de los viejos filósofos estoicos, que nada esperaban. Y es que vivir es eso: marchar hacia delante y seguir caminando, a pesar de las cuchilladas, de modo que la muerte, cuando venga, haga, sin más, su trabajo.
Me pregunto si acaso sea ésta mi aportación a un tema, de los considerados eternos, rara vez abordado desde esta orilla agnóstica, con la pluma entintada de ironía.
Oh, sí, La senda oscura, que no es la de Fray Luis de León, acomodada a la áurea mediocritas de su autor, sino la mueca del ajusticiado, que mira con desdén a su verdugo y le espeta su último desprecio, con la altanería y superioridad que la conciencia de no esperar ninguna misericordia le confiere. He aquí mi potestad, la potestad del poeta y, tal vez, uno de los mayores atractivos del libro.
Sabes que soy incrédulo. Y, por serlo, descreo incluso de mi propia incredulidad. Por lúcido me tengo, no por sabio; pero, a falta del fuego sagrado, llevo en mis manos la perenne antorcha que me abre el camino del devenir. Sin ser vidente, veo, consecuencia del hábito de aprehender, analizar y, en fin, desvelar lo que celan las cosas. Esto, que dádiva parece de los dioses, constituye no obstante una fuente de sufrimiento, cuyo caudal no se agota nunca. La realidad posee una elocuencia admirable. Las cosas hablan, sí, nos hablan en su idioma y es preciso escucharlas, traducirlas y adecuar su discurso a nuestra propia cosmovisión. O al revés. He aquí lo que he llamado visión.

(Carta del autor a Francisco López Villarejo. 08.07.08)

"Y en esa travesía, qué hacer sino desdoblarse, poner la voz en el espejo e indagar en esa complejidad del ser ..."




Caer un libro de poemas en tus manos, leerlo y sentir en tu piel el efecto de una sacudida, una leve cosquilla ante un poemario donde un verso carente de atuendos y viejas vestiduras, se erige con tal intención de luz, que bien podría parecer, casi una declaración de principios:

soy una voz tan solo que se busca

Y es en la búsqueda incesante de esa voz, donde Domingo F. Faílde emprende en Retrato de Heterónimo uno de los más apasionantes viajes sobre sí mismo, una honda y descarnada reflexión de lo que él siente, es el actual mundo de la literatura, la poesía, a quién confiesa haber dedicado su vida:

me siento cada día ante el páramo helado
del papel y percibo su insultante blancura
como un golpe en el alma que me reta al combate

Y en esa travesía, qué hacer sino desdoblarse, poner la voz en el espejo e indagar en esa complejidad del ser donde subyace, como único elemento, el principio socrático de conócete a ti mismo.
Así el poeta jiennense se desnuda y nos muestra esos momentos de absoluta intimidad que mantiene con la poesía, el poder que ejerce en él la musa y ese sentimiento de profunda ingratitud que se tiene cuando se siente que se ha dado todo por “nada”.
La angustia existencial, la muerte, como último reducto, la derrota y esa ácida ironía en poemas como Oración del desesperado o Matemos a la música:

No me sirve la música, no caben
sus arpegios en mi melancolía

Las palabras; su evolución o involución en el magistral poema Old-Fashioned:

Se van haciendo viejas mis palabras…

Ellas abrieron puertas y allí estaba desnuda
la poesía, abatieron los muros del amor
y lloraron conmigo y conmigo rieron
y son voz de mi sangre y la herencia que os doy

Todo un camino recorrido hasta llegar a una síntesis final en el poema que cierra, que da nombre y sintetiza este libro, Retrato de Heterónimo, donde el desencanto patente se percibe con toda su crudeza.

Yo no soy aquel ni ése ni yo mismo
En fin, soy un
okupa de la mansión que habito
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© Isabel de Rueda
....Poeta

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